¿Dónde está Dios?

Ante las consecuencias trágicas que la pandemia del Covid-19 está diseminando por todo el mundo, muchos se preguntan, una vez más, dónde está Dios.
La pregunta correcta, en realidad, la ha puesto en una lucida intervención suya, el cardenal Raymond Burke: “¿Dónde está el hombre?”

El problema no es Dios, sino nosotros.
Dios está seguramente con nosotros para ayudarnos y salvarnos, especialmente en el momento de una prueba severa o de la muerte, pero con frecuencia nosotros estamos muy lejos de El debido a nuestra incapacidad para reconocer nuestra total dependencia de El.
Es el hombre que se ha alejado de Dios, y no al revés.

El cardenal ha claramente explicado que Dios no nos ha dejado en el caos y la muerte, que el pecado ha introducido en el mundo, sino que ha enviado a Su Hijo unigénito, Jesucristo, a sufrir, morir, resucitar de entre los muertos y ascender en gloria a Su diestra, para permanecer con nosotros siempre, purificándonos del pecado e inflamándonos con su amor.

Dios no es insensible al grito del profeta Jeremía que, en nombre de todos los pecadores, suplicaba: “No anules tu pacto con nosotros” (Jer 14, 20-21). Dios no rompe la alianza. Dios no da la espalda al hombre. Dios nunca traicionará el pacto de fiel y duradero amor que ha hecho con el hombre, a pesar de la indiferencia, la frialdad y la infidelidad con las cuales a menudo es correspondido por su amada creatura.

Cristo, como recuerda siempre Burke, es el único “Señor de la naturaleza y de la historia”, se interesa de la vida de cada creatura de Dios y nunca abandonará a la humanidad. Lo prometió́ solemnemente: “He aquí́ yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Esa es la razón por la que nuestra relación con Cristo, a través de la penitencia, de las devociones y de la sacra adoración, se convierte en la arma más potente y efectiva para combatir al demonio del coronavirus. Y esa es la razón por la que es esencial que, en cualquier momento, sobretodo en los momentos de crisis, los cristianos podemos acceder a nuestra iglesias y capillas, para orar, recibir los sacramentos y participar en actos de devoción, y para que reconozcamos la cercanía de Dios con nosotros y permanezcamos cerca de El, invocando en modo adecuado Su ayuda.

De ahí́ el grave error del hombre de haberse alejado de Dios.

A este respecto, Burke ha reconocido que no es posible considerar la actual calamidad en la que nos encontramos, sin considerar la distancia sideral que separa Dios de la cultura del hombre moderno. Una distancia que no se caracteriza solo por una simple indiferencia del hombre, sino por una abierta rebelión hacia El y hacia su orden de la creación.

En esto el purpurado se ha pronunciado con mucha claridad: “Basta pensar en los ataques violentos generalizados contra la vida humana, masculina y femenina, que Dios ha hecho a su propia imagen y semejanza (Gen 1, 27), ataques contra los no nacidos inocentes e indefensos y contra aquellos que deben ocupar el primer lugar en nuestros cuidados, aquellos que están fuertemente atribulados por enfermedades graves, anos avanzados o necesidades especiales. Somos testigos cotidianos de la propagación de la violencia en una cultura que no respeta la vida humana”. Y aun: “Del mismo modo debemos pensar en el ataque generalizado contra la integridad de la sexualidad humana, nuestra identidad como hombre o mujer que, con el pretexto de poder definirla nosotros mismos, la pretendemos distinta de la que Dios nos ha dado, y ello, a menudo, empleando medios violentos. Somos testigos con una creciente preocupación del efecto devastador en los individuos y las familias de la llamada ‘teoría de genero’”.

El ex Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica no ha escatimado una seria critica ni siquiera a la Barca de Pedro: “También somos testigos, incluso dentro de la Iglesia, de un paganismo que rinde culto a la naturaleza y a la tierra. Hay quienes dentro de la Iglesia se refieren a la tierra como a nuestra madre, como si viniéramos de la tierra y esta fuera nuestra salvación. Pero venimos de las manos de Dios, Creador del Cielo y la Tierra. Solo en Dios encontramos la salvación”. El punto es, según Burke, que la propia vida de la fe se ha vuelto cada vez más secularizada y, por lo tanto, ha comprometido el concepto de Christus Rex, o sea del sensorio de Cristo, Dios Hijo encarnado, Rey del Cielo y de la Tierra.

El cardenal Burke ha querido reflexionar también sobre el asunto de la accesibilidad a las iglesias por parte de los cristianos, denunciando como “en nuestra cultura totalmente secularizada, hay una tendencia a ver la oración, las devociones y la adoración como cualquier otra actividad, por ejemplo, ir al cine o a un partido de futbol, lo cual no es esencial y, por lo tanto, puede cancelarse por precaución para frenar la propagación de un contagio mortal”. Pero, estas practicas se tornan esenciales para que podamos mantenernos sanos y fuertes espiritualmente, y para que busquemos la ayuda de Dios en un momento de gran peligro para todos.

Por ello – precisa siempre Burke – “no podemos simplemente aceptar las determinaciones de gobiernos seculares que consideran la adoración a Dios al par que ir a un restaurante o a una competencia deportiva”, porque si no “las personas que ya sufren tanto por los resultados de la peste se ven privadas de esos encuentros abiertos con Dios, que está en nuestro medio para restaurar la salud y la paz”.

Según el purpurado deberían ser precisamente los obispos y los sacerdotes a “explicar públicamente la necesidad que los católicos tienen de rezar y de rendir culto en las iglesias y capillas, de hacer procesiones por las calles pidiendo la bendición de Dios sobre el pueblo que sufre tan intensamente”, e “insistir en que las medidas tomadas por el Estado, aunque sean también por el bien del Estado, reconozcan la importancia única de los lugares de culto, especialmente en tiempos de crisis nacional e internacional”. Como sucedió́ en el pasado cuando “los gobiernos entendieron la importancia de la fe, de la oración y de la devoción para superar una situación de peste”.

Pero, el uso de la razón nos obliga a discernir siempre con realismo tomista las concretas circunstancias en las que se podemos encontrarnos, y reconocer también la posibilidad de una alternativa cuando resulta objetivamente razonable la obligación de limitar la circulación, debido a una gravísima calamidad publica. La fe cristiana nunca es irrazonable y jamás puede obligar a realizar actos que vayan en contra de la razón. Por ello el cardenal Burke añade a su reflexión también esta interesante clarificación: “Si, por alguna razón, no podemos tener acceso a iglesias y capillas, debemos recordar que nuestros hogares son una extensión de nuestra parroquia, una pequeña Iglesia en la que podemos acoger a Cristo, preparando el encuentro con El en la Iglesia más grande. Dejemos que nuestros hogares, durante este tiempo de crisis, reflejen la verdad de que Cristo es el invitado de honor en cada hogar cristiano. Volvamos a El a través de la oración, especialmente el Rosario, y de otras devociones”.

Para aquellos que no pueden tener acceso a la Santa Misa y a la Sagrada Comunión, también el Cardenal Burke recomienda la practica devota de la Comunión Espiritual. Cuando estamos en condiciones de recibir la Sagrada Comunión, es decir cuando estamos en estado de gracia, cuando no somos conscientes de ningún pecado mortal que hayamos cometido y por el que aun no hemos sido perdonados en el Sacramento de la Penitencia, y deseamos recibir a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión, pero estamos incapacitados de hacerlo, nos podemos unir espiritualmente al Santo Sacrificio de la Misa, rezando a Nuestro Señor Eucarístico con las palabras de San Alfonso María de Ligorio: “Como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente en mi corazón”. La comunión espiritual es una hermosa expresión de amor por Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento que no dejará de traernos abundantes gracias.

Cabe recordar, además, que cuando somos conscientes de haber cometido un pecado mortal y no podemos tener acceso al Sacramento de la Penitencia o Confesión, la Iglesia nos invita a realizar un acto de contrición perfecta, es decir de pena por el pecado. El punto n. 1452 del Catecismo de la Iglesia Católica, de hecho, establece que “cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama ‘contrición perfecta’” y “obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental”. Un acto de contrición perfecta dispone nuestra alma para la comunión espiritual.

La intervención del cardenal se concluye con la impecable constatación que “como siempre, fe y razón trabajan juntas para proporcionar una solución justa y correcta a un desafío difícil”. De ahí́ la sugerencia de “usar la razón, inspirada por la fe, para encontrar la manera correcta de enfrentar esta pandemia mortal”, dando “prioridad a la oración, a la devoción y a la adoración, a la invocación de la misericordia de Dios sobre su pueblo que tanto sufre y está en peligro de muerte”.

Burke está cierto que los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios, disfrutamos de los dones del intelecto y del libre albedrio, a través de los cuales podemos encontrar nuestro camino es estos tiempos de prueba universal que tanta tristeza y miedo está causando. Pero siempre sin olvidar de unir la fe a la esperanza y a la caridad.

 

Gianfranco Amato