La fiesta de las tinieblas

Llega la noche del 31 de octubre con la habitual parafernalia de calabazas, velas y macabras mascaradas. Se trata de la fiesta pagana y satánica de Halloween, que se hace pasar por un carnaval inofensivo y una diversión inocente para los niños.

La corrección política británica se ha apoderado incluso de esta fiesta, agrupando a los guardias y a los ladrones. De hecho, desde hace mucho tiempo, los reclusos, que sean paganos, satanistas o adoradores del Diablo, no sólo tienen un día libre semanal por motivos religiosos (que es el jueves, ya que el viernes, el sábado y el domingo están reservados a los musulmanes, los judíos y los cristianos, respectivamente), sino que también se les permite celebrar Halloween.

No se trata de un simple descanso, ni de una alegre arlequinada, sino de una verdadera celebración con rituales y objetos sagrados: piedras rúnicas, capas y palos flexibles (por razones de seguridad). Las disposiciones a favor de los cientos de presos paganos y satanistas de las cárceles británicas fueron dictadas por Gareth Hadley, director del personal penitenciario nacional, sobre el supuesto políticamente correcto de la igualdad absoluta entre paganismo, satanismo y cualquier otra creencia religiosa.

Al otro lado de la valla, en cuanto concierne a los policías, el Ministerio del Interior británico reconoció oficialmente a partir del 10 de mayo de 2010 a la “Pagan Police Association”, una organización de policías paganos (más de 500 policías y agentes, entre los que se encuentran druidas, brujos y chamanes), autorizando a sus miembros a ausentarse del trabajo con motivo de las fiestas religiosas, la más importante de las cuales es Halloween.

Andy Pardy, jefe de policía de Hemel Hempstead, en Hertfordshire, cofundador de la Pagan Police Association y adorador de los antiguos dioses vikingos, como Thor con el martillo destructor y Odín con el ojo ciclópeo, hizo el anuncio oficial del reconocimiento del Ministerio del Interior, afirmando que «los agentes de policía podrán por fin celebrar sus fiestas religiosas y trabajar en otros días, como la Navidad, que para ellos parecen totalmente insignificantes».

De hecho, Halloween no es una fiesta inofensiva para los niños. Profundamente arraigado en el paganismo y el satanismo, sigue siendo una forma peligrosa de idolatría demoníaca. Tiene su origen en una celebración celta muy antigua en las Islas Británicas y en el norte de Francia, en la que los paganos rendían culto a una de sus deidades, llamada Samhain, Señor de las Tinieblas. Se consideraba una de las fiestas más importantes y daba inicio al Año Nuevo Celta. En la noche del 31 de octubre, en honor al sanguinario dios de la muerte, se construía en un lugar elevado una enorme hoguera con ramas de roble, árbol considerado sagrado, en la que se quemaban sacrificios de alimentos, animales e incluso seres humanos.

El propio Julio César da testimonio de esta cruel y sangrienta costumbre en su De Bello Gallico (libro VI, 16), donde describe los macabros detalles de los sacrificios humanos de los druidas.

También Plinio el Viejo en su Naturalis Historia (XXX, 13) habla de «ritos monstruosos» (“monstra”) en los que se consideraba «religiosissimus occidere hominem», mientras que Tácito en sus Annales (XIV, 30), define los sacrificios humanos celtas como una «superstitio» bárbara y nos da una interesante descripción de las primeras brujas: «feminae in modum Furiarum veste ferali, crinibus disiectis faces praeferebant; Druidaeque circum, preces diras sublatis ad caelum manibus fundentes». Traducido: «mujeres vestidas de negro y con el pelo despeinado, gritando como Furias, agitando antorchas de fuego alrededor de los druidas los cuales, volviéndose al cielo, lanzaban terribles maldiciones». Tácito relata que tales escenas podían aterrorizar incluso a los despiadados legionarios romanos, que tenían fama de no ser precisamente unos santones. Que las madres modernas recuerden este detalle cuando hagan vestir a sus hijas con el trajecito negro de las “sacerdotisas” del dios de las Tinieblas.

Los celtas creían que el Samhain, en respuesta a tales ofrendas de holocausto, otorgaba a las almas de los muertos el poder de regresar a sus hogares en ese día de fiesta. Por esta razón, los paganos nórdicos creían que criaturas frías y oscuras llenaban la noche vagando y mendigando entre los vivos. Además, de esta creencia deriva la costumbre actual de deambular en la oscuridad en la noche de Halloween, vestidos con disfraces que imitan a fantasmas, brujas, duendes y criaturas demoníacas.

La famosa expresión “trick or treat”, traducida como el inocente “dulce o truco”, también forma parte del antiguo ceremonial pagano. Se exigían ofrendas (“dulce”) bajo la amenaza de la ira de Samhain y su maldición divina (“truco”) si se rechazaban. «Ofrece sacrificios a Samhain, o sufrirás sus castigos», esto es lo que todavía hoy se exige inconscientemente con el aparentemente lúdico “trick or treat”.

La costumbre de pedir ofrendas al dios de la muerte también se convirtió, en el pasado, en un método para identificar a los cristianos que se negaban a honrar a la deidad pagana, y que por ello a veces eran objeto de odiosas represalias.

Para comprender hasta qué punto la Iglesia se preocupó de esa peligrosa “solemnidad” pagana desde el inicio de la evangelización de los pueblos celtas, basta con considerar que la fiesta de Todos los Santos, en Occidente, se trasladó al primero de noviembre, con una vigilia en la noche anterior, justo para contrastar el culto satánico de Samhain.

El cristianismo conoció las primeras formas de conmemoración de los santos ya en el siglo IV, en particular el domingo después de Pentecostés, una costumbre conservada hasta hoy por la Iglesia ortodoxa oriental.

En Occidente, como ya se ha dicho, la fecha se trasladó al 1 de noviembre para coincidir con la celebración en honor del dios celta de la muerte, tras las insistentes demandas del mundo monástico irlandés.

La primera huella de este aplazamiento se encuentra en un acta del papa Gregorio III (731-741), que fijó el 1 de noviembre como aniversario de la consagración de una capilla en San Pedro dedicada a las reliquias «de los santos apóstoles y de todos los santos, mártires y confesores, y de todos los justos hechos perfectos que descansan en paz en todo el mundo».

Fue su sucesor Gregorio IV quien extendió la fecha de la celebración a toda la cristiandad y la hizo obligatoria. En Francia, en particular, esto ocurrió gracias a un decreto de Luis el Piadoso, emitido en 835, «a petición del Papa Gregorio IV, con el consentimiento de todos los obispos».

Así pues, en la Gran Bretaña de los siglos VIII y IX, el día dedicado por los paganos al dios de la muerte era para los cristianos una ocasión para honrar a los santos, celebrando una vigilia de oración en la noche del 31 de octubre y la Santa Misa al día siguiente.

De ahí viene el término Halloween. De hecho, la etimología tiene su origen en la expresión en inglés antiguo Hallow E’en, que significa la noche de conmemoración de todos los que han sido “santificados”. Los pocos que permanecieron anclados en las tradiciones paganas reaccionaron al intento de la Iglesia de suplantar la celebración en honor a Samhain, manteniendo el culto e intentando incrementarlo. A principios de la Edad Media, Halloween se convirtió simbólicamente en la principal fiesta de la brujería y del mundo oculto. Esto incluía formas especiales de sacrilegio contra los objetos sagrados, y el uso de esqueletos (hoy representados por máscaras) era una forma de burla a las Sagradas Reliquias.

Para el satanismo moderno, Halloween sigue siendo una fiesta privilegiada. Es uno de los cuatro sabbats de las brujas, las cuatro grandes “solemnidades” que coinciden con algunas de las principales fiestas paganas y de la antigua brujería. El primero y más importante es Halloween, considerado el Año Nuevo mágico. La segunda “solemnidad” es Candlemass, que se celebra la noche entre el 1 y el 2 de febrero y se considera la Primavera Mágica (para los cristianos es la fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo, también llamada popularmente “Candelaria”). La tercera “solemnidad” es la de Beltane, también llamada noche de Walpurga, que se celebra en la noche entre el 30 de abril y el 1 de mayo y marca el inicio del Verano Mágico. La cuarta “solemnidad” es la de San Juan Bautista, que tiene lugar en la noche entre el 23 y el 24 de junio, y es aquella en la que, sobre todo, se realizan maleficios de enfermedad y de muerte. Es fácil ver que todas estas son celebraciones nocturnas que tienen lugar en la oscuridad y las tinieblas, confirmando la definición evangélica de Satanás como el Príncipe de las Tinieblas, y sus seguidores como los Hijos de las Tinieblas.

Desde el punto de vista cristiano, la participación en tales prácticas, a cualquier nivel (incluso el de una fiesta banal, aparentemente inofensiva), debe considerarse una forma peligrosa de idolatría. Al igual que encender una calabaza vacía en la puerta para ahuyentar a los demonios y fantasmas es una forma pagana de superstición.

Resulta sorprendente cómo se subestima el origen y el significado de la fiesta pagana y satánica de Halloween, incluso por parte de muchos creyentes de hoy en día, a veces víctimas de una forma de ebetismo consumista.

Sin embargo, bastaría con escuchar a los que tienen conocimiento de este tema y están familiarizados con el diablo y sus engaños. El padre Francesco Bamonte, presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas (AIE) fue muy claro al respecto:«Mi experiencia y la de otros exorcistas, demuestra que Halloween, incluido el período de tiempo que lo precede, es de hecho para algunos jóvenes un momento privilegiado de contacto con realidades sectarias o en todo caso vinculadas al mundo del ocultismo, con graves consecuencias no sólo a nivel espiritual, sino también en términos de integridad psicofísica».

Tampoco se cortó sobre este tema Valter Cascioli, psicólogo clínico, psiquiatra y psicoterapeuta, miembro de la ACT (Association Christian Terapists) y colaborador de la Asociación Internacional de Exorcistas (AIE), de la que fue portavoz y jefe de prensa. De hecho, Cascioli recordó que «Tras las apariencias de una inocente fiesta de carnaval, se esconde una trágica y peligrosa realidad, desconocida para la mayoría de la gente», explicando que él mismo, como médico, ha «observado trastornos psíquicos, incluso graves, que surgieron tras asistir a fiestas donde, por superficialidad o ignorancia, se practicaban la adivinación y el ocultismo».

Sin embargo, a nivel espiritual, Halloween sigue siendo un juego muy peligroso. No olvidemos que el padre Gabriele Amorth, uno de los exorcistas más acreditados y conocidos, fallecido en 2016, había definido esta fiesta como un «hosanna al demonio», el cual, «si se le rinde culto, aunque sea por una sola noche, supone tener derechos sobre la persona». El propio Amorth advirtió de los riesgos de subestimar el aspecto lúdico: «Halloween es una especie de sesión de espiritismo presentada en forma de juego. La astucia del diablo está aquí. Si se fijan, todo se presenta de forma lúdica e inocente, ya que el pecado ha dejado de llamarse pecado en el mundo actual: todo se camufla en forma de necesidad, libertad o placer personal. El hombre se ha convertido en un dios por sí mismo, y eso es exactamente lo que quiere el diablo».

Por eso no es comprensible que un aniversario tan oscuro se celebre incluso en los círculos católicos. Yo mismo conocí el caso de un joven sacerdote, coadjutor de un anciano párroco, que había autorizado el uso de la sala del oratorio para la celebración de Halloween. Todo ello acompañado de carteles y folletos. En respuesta a las legítimas recriminaciones de un padre, el joven sacerdote, irritado por el comentario, señaló que la magia sólo existe en el mundo de la imaginación infantil, que los niños católicos no deben aislarse, sino compartir las oportunidades de diversión con sus compañeros, que la Iglesia ya cometió errores en el pasado al perseguir a brujas inexistentes, y que la concepción antropomórfica del diablo pertenece a la tradición preconciliar. Ya sabemos que no se puede esperar mucho de unos sacerdotes jóvenes (e inexpertos). Pero al menos podemos exigir que conozcan un poco las Sagradas Escrituras.

Si este novel sacerdote hubiera echado un vistazo rápido a la Biblia, habría leído que no es propio de los cristianos asociarse con los paganos y sus ritos, porque no puede haber unión entre la luz y las tinieblas (2 Corintios 6:14), que hay que quemar los libros de artes ocultas (Hechos 19:19), que no hay que participar en las obras infructuosas de las tinieblas, sino condenarlas abiertamente (Efesios 5:11-12), que la idolatría y la brujería son obras de la carne (Gálatas 5:20), que hay que separarse de «quien ejerza la adivinación, la brujería, el augurio o la magia; quien lance hechizos, consulte a espíritus o adivinos, e interrogue a los muertos, porque quien hace estas cosas es abominable al Señor» (Deut. 18, 10-12). Más claro que eso ni el agua.